domingo, 5 de mayo de 2013

LA GUERRA DE LOS SEXOS


Como bien sabemos, la guerra es una estrategia que el hombre se inventó para ganar. Ganar tierras, ganar reinos, ganar mujeres, ganar…
La guerra nunca había sido el lenguaje de las mujeres, hasta que quisimos ganar.
Estamos en un tiempo en el que la mujer quiere hacer cambios. El mundo como ha sido hasta ahora, ya no nos sirve. No nos sirve porque nos hemos dado cuenta de que en ese mundo somos seres inferiores y esclavas. Hemos despertado a la consciencia de liberarnos de las domesticaciones a las que estábamos atadas.
Este cambio de lo femenino, necesita también de un cambio en lo masculino, pero al hombre le cuesta. Apostamos a que no es por maldad, sino que más bien pensamos que su visión del mundo es distinto al nuestro, porque es una visión desde una posición de hegemonía. El cambio que debería hacer le asusta, quizás por la posibilidad de perder esta  hegemonía. En cierto modo, es cierto, porque en el cambio que proponemos las mujeres, no existen “hegemonías” por parte de nadie.
En esta tesitura, es fácil que se produzcan los enfrentamientos entre varones (que prefieren no cambiar) y mujeres (que apuestan por el cambio).
La mujer en su casa, en su trabajo o lugar de convivencia ve que el hombre –generalmente- no colabora, y que tiene aun ideas anticuadas con respecto a la mujer; incluso, en algunas ocasiones, busca el momento de recordarle o hacerle ver que él es el hombre, o sea, el que manda.  Es normal que montemos en cólera, peleemos una y otra vez pidiendo respeto, pero casi nunca llegaremos a ningún sitio.
La guerra no es nuestro camino, no es nuestro lenguaje. Si optamos por esta vía saldremos perdiendo siempre. ¡Siempre! No podemos seguir insistiendo en la guerra porque nos estamos agotando, nos estamos amargando, nos estamos enfermando. Y además, ellos, los hombres, ante el ataque, se ponen a la defensiva y ya no quieren escucharnos; piensan que todo lo que decimos o hacemos es una estrategia más para seguir con esa guerra.
Y no estamos diciendo que, por mantener la fiesta en paz, dejemos de hacer o decir las cosas que nos incomodan o molestan, ¡no! Pero pelear no es la solución.
Nuestra actitud debe cambiar. No podemos “ganarnos” el respeto por la fuerza. El respeto no se gana, si nos respetamos a nosotras mismas, nuestro entorno nos respetará. La dignidad tampoco se gana. Si nos consideramos dignas, de forma natural no participaremos en actos que consideremos indignos. La lucha por el respeto y la dignidad, es en vano.
Cuando estamos en guerra, gastamos una cantidad enorme de recursos para seguir sobreviviendo, y no tenemos el sosiego de ánimo ni la claridad mental para pensar, hacer, proyectar, programar, pautas diferentes. Nuevas estrategias no guerreras que nos permitan seguir nuestro camino de identificación.
En esta actitud, quizás una clave puede ser no tratar de cambiar al hombre. Si de todos modos no lo vamos a conseguir… El cambio en el varón se va a producir –si es que se produce- sucederán cuando el varón vea que no tiene un rival en la mujer. Y esto llevará mucho tiempo, porque ya sabemos que cuando las personas han vivido mucho tiempo en guerra, luego les resulta muy difícil adaptarse a la vida en paz.
Otra estrategia –que no acto de cobardía-, es ¡huir! Cuando la convivencia no es posible sin lucha, la estrategia más inteligente es la huida.
Debemos ser inteligentes, por nuestro propio bien, y pensar que nuestra prioridad es  encontrar nuestro propio camino y nuestra evolución. Pero si seguimos estancadas en un nivel bajo de lucha constante por nuestros derechos, nos estamos desviando de nuestro verdadero cometido.
Estas luchas nos retrasan, no nos permiten ver hacia donde queremos ir, y ahora mismo, lo más importante es alcanzar otro nivel de consciencia como mujeres. Y esta nueva consciencia nos permitirá establecer una convivencia ideal con el sexo masculino, porque al fin y al cabo, somos opuestos y complementarios, diseñados para llevarnos bien.

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